domingo, 17 de abril de 2011

Al predicar... que tener en cuenta.

El mensaje evangelístico presenta un carácter muy particular que lo distingue de los otros tipos de predicaciones. Luis Palau presenta siete aspectos de este tipo de sermón que todo predicador evangelizador debe tomar muy en cuenta, si busca ser eficaz en su tarea.
En Hechos 26.17–18 vemos que nuestra tarea en el poder del Espíritu Santo es despertar a la gente: (1) abriendo sus ojos, (2) iluminando sus mentes «para que se conviertan de las tinieblas a la luz», (3) produciendo conversión de la voluntad, «de la potestad de Satanás a Dios», y (4) purificando sus conciencias a fin de que reciban «perdón de pecados», que gocen de la seguridad de la vida eterna, y que vivan en santidad, separados para Dios.

En este articulo consideremos siete aspectos del carácter del mensaje evangelístico:

1. Es temático. El mejor enfoque generalmente es optar por un tema (por ejemplo: la paz, la felicidad, la libertad, el nuevo nacimiento, la cruz, la sangre) y desarrollarlo. El tema debe resultar interesante para el oyente. Al hablar iremos de lo conocido a lo desconocido, y de lo buscado a lo no buscado pero necesario. El mensaje evangelístico tiende a ser temático porque siempre se basa en un tema fundamental.

2. Es cristocéntrico. Al leer los mensajes de los grandes predicadores del pasado, descubrimos que eran plenamente cristocéntricos. Somos llamados por Dios para hablar de Jesucristo a esta generación. Somos sus embajadores (2Co 5.20). El objetivo es hablar de Jesucristo. No es posible que alguien sea predicador del evangelio si su tema central no es Jesucristo. Algunos creen que el evangelio es ayudar a los pobres, sin embargo ese es solo uno de los muchos resultados del poder del evangelio. Otros enfatizan los dones de sanidad —una gran señal del poder de Dios pero, no el evangelio en sí. Otro mensaje podría ser maravilloso, intrigante, y hasta podría ser de Dios, pero el pastor, el evangelista y el maestro de Biblia predican a Jesucristo.
Pablo resume de esta manera las Buenas Nuevas que predicamos: «Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras y que apareció a Cefas, y después a los doce» (1Co 15.1–5).
Un predicador del evangelio presenta el mismo mensaje central una y otra vez. Los títulos de nuestros mensajes, las introducciones y los ejemplos varían y agregan color y dinamismo, pero al margen de ello nuestro mensaje es el mismo, y hablamos de la cruz, la resurrección, el arrepentimiento, la fe y el compromiso con Cristo. De lo contrario, no estamos predicando el evangelio. El corazón, la médula del mensaje cristiano, puede resumirse en las palabras de Juan 3.16, el versículo que algunos han llamado el evangelio en miniatura: «Dios de tal manera amó al mundo que dio a su hijo unigénito».

3. Es sencillo en su lenguaje. El lenguaje es un puente en la comunicación, y si la gente no lo entiende llega a ser ineficaz. Es crucial que el mensaje evangelístico sea predicado con lenguaje sencillo y comprensible. No ha de ser un tratado teológico profundo, ni tampoco un estudio bíblico. Todo eso es magnífico para los que ya están en «el Reino», pero por amor a los que están afuera es necesario hablar con sencillez y hacer a un lado la jerga cristiana evangélica. Palabras como justificación, redención y regeneración carecen de significado para quien no es creyente en Cristo. El predicador debe simplificar los términos difíciles, o bien usarlos y explicarlos inmediatamente, a fin de poder llegar al corazón de todos los oyentes. No me considero un buen predicador. A veces me parece que soy sumamente aburrido. Creo que la única razón por la que Dios me usa es porque explico su Palabra con sencillez de manera que cada uno entienda cómo puede recibir vida eterna.

4. Usa ilustraciones. Empleemos la imaginación y seamos creativos al comunicar el mensaje de salvación (Vea Hch 17.16–34, cuando el apóstol Pablo está en Atenas, la gran capital intelectual de esos días). Los métodos no son sagrados; pueden cambiarse y adaptarse. Por otro lado el mensaje sí es sagrado y el fundamento jamás ha de modificarse. El mismo apóstol Pablo se acomodaba a todo el mundo (1Co 9.22). Cuando quería guiar a un judío a Cristo, se acomodaba a la forma de ser de los judíos; con los débiles él actuaba como débil. A todos se hizo todo para ganar a algunos por todos los medios posibles. Las ilustraciones y los ejemplos ayudan a mantener el interés de los oyentes. Alguien dijo que las ilustraciones son como abrir una ventana en una habitación oscura. Además, la ilustración debe explicar una idea o pensamiento, y no simplemente incluirla en el sermón porque es graciosa y dinámica.
Lo ideal y lo más eficaz es que el predicador use ejemplos e ilustraciones actuales y acordes al tipo de público. De ser posible, los ejemplos deben tomarse de casos de la vida cotidiana, y de cuestiones que resulten familiares a quienes escuchan.

5. Lleva la buena noticia. El mensaje de buenas nuevas es para todo el mundo y gira alrededor de la persona de Jesucristo, exaltando su divinidad, su humanidad, su santidad, su muerte en la cruz y su gloriosa resurrección. Nuestro objetivo en el mensaje evangelístico no es atacar al oyente ni ganar discusiones ni atacar a cierto tipo de personas como si fueran peores pecadores que otros, sino conquistar corazones para Dios. No se dé el lujo de ofender a los demás. Proclame de manera positiva y con poder de lo alto las buenas nuevas de vida eterna.

6. Lleva forma y estructura. Como en cualquier otro tipo de sermón, el evangelístico debe llevar cierta forma y estructura. Al preparar el mensaje, mi sugerencia es hacer una lista con el propósito principal, el tema, la manera en que lo enfocará, etcétera. Póngase en lugar de su audiencia y desarrolle el sermón desde esa perspectiva. Cuando uno predica un mensaje temático, debe evitar la tentación de saltar de un pensamiento a otro, sin una transición lógica.
Piense en la introducción. Las primeras palabras son de importancia suprema. Si usted comienza a hablar en forma aburrida y monótona, es probable que pierda la atención del público. Si por el contrario comienza de manera dinámica, entusiasta e interesante, los oyentes están en sus manos para que, luego de la introducción, mantengan sus oídos abiertos durante la parte central del mensaje. Existen dos ideas de las que debemos permanecer conscientes en forma continua. En primer lugar, cuál es la doctrina básica que quiero enfatizar en el mensaje. En segundo lugar, cuál es la necesidad del oyente, en qué está interesado. De alguna manera, debo conectar la doctrina principal del mensaje con esa necesidad del oyente. Es aconsejable que el cuerpo central del sermón cuente con tres puntos principales; tres puntos son fáciles de recordar.
Y por último viene la conclusión, que en un sermón evangelístico es invitar al oyente a tomar una decisión por Cristo. En este momento culminante, el predicador habla con autoridad divina y demanda entrega, aceptación, arrepentimiento y fe en la verdad del Cristo que acaba de proclamar.

7. Necesita un clímax. El mensaje evangelizador debe conducir a un clímax de decisión. Habrá aceptación o rechazo, pero no neutralidad. Confrontemos al oyente con la necesidad de una decisión, y presentémosle una encrucijada. La Biblia presenta demandas (Mt 4.19) y habla también de decisiones (Jn 3.36). La persona que no se ha convertido debe comprender que su decisión es crucial. Creer es un acto de la voluntad. Al hablar de clímax no me refiero a algo emocional sino espiritual. Lleve al oyente ante una disyuntiva para que se pregunte: «¿Qué voy a hacer con Cristo?»

Importancia de la invitación
En un admirable artículo el pastor luterano George Fry indicó: «Quizás la predicación de la iglesia no es persuasiva porque la deslealtad de nuestra época ha sido el divorcio de teología y evangelización.... La teología que carece del propósito práctico de ver convertidos degenera en un escepticismo irresponsable. La consecuencia de esta situación es una fe que no es intelectualmente sana ni emocionalmente satisfactoria». («John Calvin: theologian and evangelist», por C. George Fry, revista Christianity Today, Octubre 23, 1970).
Muchos cristianos ya no persuaden a los incrédulos a seguir a Cristo pues están convencidos de que testificar del Señor es hacer que traguen el evangelio a la fuerza.
La sofisticación podría llegar a ser otra barrera en la evangelización para que demande decisión del oyente. Adoptamos los valores de nuestra sociedad, y no queremos ofender a nadie, parecer raros ni perder nuestro estatus. Otros cristianos creen que la salvación es responsabilidad exclusiva de Dios, que sólo a él le corresponde intervenir, y por lo tanto no sienten necesidad de persuadir a los incrédulos. Sin embargo, el objetivo de cada creyente en Cristo y cuanto más de los predicadores y comunicadores cristianos es entregar el mensaje de salvación y persuadir a otros a que se arrepientan y crean (2Co 5.11–13).
No sugiero que se apele al emocionalismo ni tampoco llamar a la consagración o a la entrega a Cristo cada cinco minutos. Pero si tememos ofender a alguien al extender una invitación, la evangelización se estanca y se vuelve inerte. Quienes quieran predicar el evangelio de una manera poderosa deberán practicar una evangelización de decisión. No basta presentar el evangelio de manera teológica, doctrinal y bíblica. Eso es vital pero no es todo. La predicación del evangelio debe ir acompañada de una invitación a los que han oído la Palabra para que deseen recibir a Cristo.
Si usted quiere que la predicación del evangelio sea productiva, ofrézcale a la gente la oportunidad de tomar su decisión. Esto no significa insistir para que levanten la mano o se paren, sino darles una oportunidad clara, abierta y equilibrada para que reciban a Cristo. He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo (Ap 3.20). Cristo está pidiendo al oyente que le abra la puerta de su vida, que lo deje entrar. Para ello debe creer y decidir.
Al comunicar el mensaje y hacer la invitación, confrontemos a la persona incrédula con compasión y amor a fin de que no cierre sus oídos ni su corazón a la voz de Dios (vea Jos 24.15; 1Re 18.21; Mr 10.21). Cuando yo era muchacho, junto con otros jóvenes cristianos formamos un pequeño equipo de evangelización. Para animarnos en ese ministerio varios hermanos de la iglesia compraron una carpa y nos confiaron la organización y desarrollo de las reuniones. Nos dieron amplia libertad de acción pero nos dieron una advertencia: no debíamos hacer invitaciones públicas para que la gente recibiera a Cristo. Yo estuve de acuerdo con ellos. Sin embargo, pasaron los meses y fui dándome cuenta de que un mensaje sin invitación específica era una predicación incompleta. Reconocí mi error y comprendí que la invitación debía formar parte de un mensaje evangelístico, aunque era necesario guardar el equilibrio. La oportunidad de «probar» llegó.
Habíamos ido a predicar a otro pueblo, y esa noche el salón se había llenado. Yo estaba impaciente por predicar y porque iba a hacer la primera invitación pública de mi vida. Mi mensaje fue sencillo, basado en Jn 10.28. Antes de concluir extendí la invitación, de la misma forma en que lo he seguido haciendo en los años siguientes. Pedí que si deseaban recibir a Cristo, inclinaran la cabeza y oraran al Señor en su corazón. Luego pedí que levantaran la mano quienes hubieran orado conmigo. Conté treinta y cinco manos y me asusté. Era obvio que los críticos estaban en la razón. Era todo manipulación emocional.
—Pueden bajar sus manos. Gracias. Ahora déjenme explicarles de nuevo— dije, y dediqué otra media hora al pasaje, poniendo en claro cada aspecto, asegurándome de que comprendían el significado de la vida eterna y de una relación personal con Cristo. Oramos de nuevo y pedí que levantaran las manos: esta vez fueron treinta y siete. Es cierto que ese fue un caso excepcional, sin embargo, me marcó de por vida.
La experiencia de mi madre también me ayudó a tomar esa determinación. Ella una vez me confesó: «Luis, muchas veces estuve a punto de recibir a Cristo, pero no lo hice porque el predicador no me daba la oportunidad. Te aconsejo, entonces, que cada vez que prediques el mensaje de salvación invita a la persona a recibir a Cristo. Recuerda siempre que tal vez ésa sea la última oportunidad con la que cuente para recibir al Señor».
El evangelio incluye una invitación, un llamamiento vital a que la gente regrese a Dios, por lo tanto ella es parte imprescindible del paquete total.
¿Predica usted un mensaje que demanda una decisión? ¿O acaso presenta uno diluido que deja a la gente con una sensación agradable en cuanto a usted como comunicador pero aparte de eso no ocurre nada?

Antes de predicar: Recuerde
Durante años, antes de cada predicación evangelística, me he propuesto recordar varios asuntos y me afirmo: (1) Dios está siendo glorificado pues está acá y está en mí; (2) predicaré su Palabra, de modo que no debo sentirme inseguro; (3) creo en Dios, pues él está aquí; (4) Dios habla a través de mí; (5) espero que Dios obre y convierta a los pecadores; (6) reconozco que por mí mismo no puedo conseguir nada, y humildemente confío en que Dios obrará; (7) pienso en los perdidos y en su destino eterno, y pido al Señor que me dé compasión por ellos; (8) pido a Dios que reavive a los cristianos a través de la verdad del evangelio; (9) espero cosechar personas; (10) tengo presente que tal vez esta sea la última vez que escucharán el mensaje, y pido a Dios que me dé sentido de urgencia.
La tarea, todavía incompleta, de ganar al mundo para Cristo es enorme. ¿Está usted dispuesto a mostrar compasión por los perdidos y a sentirse urgido por ganarlos para el Señor? ¿Está usted dispuesto a ser un obrero de Dios y a servirle con valentía santa?
Comience a actuar ya mismo para acabar el trabajo que aún queda por delante.

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