miércoles, 3 de noviembre de 2010

El P. Tardif... rumbo a los altares!!!


Homilía de monseñor Nicolás de Jesús López Rodríguez en la iglesia dedicada a Jesucristo Resucitado, en el acto de inhumación de los restos mortales de EmilianoTardif, m.s.c. 9 de junio de 2007
Nos congregamos en esta Escuela de Evangelización Juan Pablo II, la última obra emprendida por el querido y recordado P. Emiliano Tardif, M.S.C., sin que la pudiera ver concluida. Hemos traído desde Santiago de los Caballeros sus restos mortales para inhumarlos en la cripta de la iglesia dedicada a Jesucristo Resucitado en este lugar.
Quienes conocimos y tratamos muy de cerca al P. Emiliano, sabemos que fue un hombre escogido por el Señor para que dedicara buena parte de su vida a este país que tanto se benefició de su fecundo ministerio y de su intensa acción evangelizadora y profética, con una asombrosa capacidad para escuchar y prodigarse a todos los atribulados que tenían oportunidad de acercarse a él. ¡Cuántas personas llegaron hasta él con graves preocupaciones y, después de una sencilla conversación, salían confortados y esperanzados!
Pero sabemos que su ministerio no se limitó a República Dominicana sino que el celo que sentía por la nueva evangelización le llevó a los lugares más remotos y disímiles del planeta, fueron cientos de miles y sin duda millones los que le siguieron a través de la radio, la televisión y otros medios electrónicos.
He querido dar a nuestra celebración de hoy un tono pascual, inspirándonos en la resurrección del Señor. “Jesús está vivo” era una de las frases predilectas del P. Emiliano, incluso es el título de uno de sus libros más conocidos y difundidos en todo el mundo.
De hecho estamos en la tierra de paso, nos lo recuerda con la autoridad que le caracteriza San Pablo, en la segunda Carta a los Corintios: “Sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios, una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos”.
La dureza del ministerio asumido lleva a veces al Apóstol a una situación de cansancio, pero él reacciona apelando a las reservas misteriosas que le vienen de Dios, “siempre estamos llenos de buen ánimo”.
La situación actual del creyente es definida por Pablo como “exilio”, se está fuera del domicilio al que se está destinado.
El Apóstol tiene muy claro el carácter de provisionalidad de nuestra presencia en este mundo por lo que “preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor”, pero aún esto lo deja al arbitrio de Dios.
La segunda lectura, tomada del Apocalipsis, es el epílogo de este libro maravilloso con el que se cierran las páginas de la Revelación. Ya a partir del verso 6 de este capítulo 22 y lo que sigue tiene aspecto de conclusión. Es una especie de diálogo entre Jesús y el Vidente Juan, que comentan las visiones contenidas en el libro y el uso que debe hacerse de ellas.
La expresión “marana ta”, que resume el optimismo de aquellas modestas comunidades perseguidas por el emperador Domiciano, el segundo Nerón, fue traducida por el Vidente Juan al griego: “Ven, Señor Jesús”.
Los cristianos no admiten más señorío que el de Jesús, por eso no podían inclinarse ante ningún “señor” terrestre. Así se explica que en las actas de los mártires de aquellos tiempos se repitiera constantemente el episodio del juez romano que queriendo salvar la vida del cristiano, le decía: “¿Qué trabajo te cuesta decir solamente: K?rios Kaisar?” (El emperador es señor), mientras que el obstinado cristiano respondía animosamente “K?rios Jesús” (Jesús es Señor).
Leyendo esta página final del Apocalipsis me he preguntado cuántas veces el P. Emiliano habrá repetido por los caminos del mundo “Jesús es Señor” como también la otra expresión conclusiva de las páginas santas “Ven, Señor Jesús”.
El evangelio proclamado es del capítulo 12 de San Juan, versos 23-28. Según el evangelista, Jesús está en los últimos días de su vida, después de la entrada triunfal en Jerusalén.
El episodio de unos griegos que quieren ver a Jesús juega un papel importante en la narración de Juan. Su aparición indica que ha llegado la “hora” de Jesús, la hora de su pasión ñ glorificación. Es ahora, a partir de este momento, cuando la obra de Cristo y su evangelio se abrirán a todos los hombres cayendo las fronteras que lo impedían.
Glorificación a través de la pasión, tema preferido de Juan. Como el grano de trigo que, para producir fruto, tiene que caer en tierra y corromperse para poder germinar. No perece del todo, pero tiene que ser sepultado para producir nueva vida.
Sé que el P. Emiliano predicó muchas veces este pasaje que hoy, con toda propiedad, se lo podemos aplicar a él. Se trata de una de las muchas paradojas que encontramos en los evangelios. El grano de trigo para multiplicarse tiene que ser enterrado. El gran misionero que fue durante su vida tuvo que caer en tierra para continuar dando fruto, y yo tengo la absoluta convicción de que es ahora, después de su pascua, cuando la vida del P. Emiliano dará sus mejores y más abundantes frutos, él que, según el mismo Jesús, supo ganar su vida porque la entregó generosamente, “el que ama su vida, la pierde”, enseñó el Maestro.
Así que hoy, después de pasar unos años en el cementerio de Santiago de los Caballeros, lo trasladamos a la iglesia de la Escuela de Evangelización Juan Pablo II, en cuya cripta reposarán sus restos esperando la resurrección definitiva.
Habiendo tratado por muchos años al querido P. Emiliano sé que está complacido de que sus restos descansen aquí, junto a la última obra que emprendió y que la Comunidad Siervos de Cristo Vivo se encargó de terminar.
Como hubo tantas personas favorecidas con su incansable ministerio, sin duda vendrán a este lugar a visitarle, a orar junto a su tumba y a encomendarse a él. En este sentido, me permito sugerir a los muy apreciados Misioneros del Sagrado Corazón que tengan a bien ponderar la posibilidad de hacerse cargo de la actual iglesia dedicada a Jesucristo Resucitado. Y así atender a las personas que, repito, vendrán a testimoniar su gratitud al P. Emiliano.
De él se han escrito muchas cosas antes y sobre todo después de su muerte. Por lo que a mí se refiere quiero decirles en esta memorable ocasión que tuve la oportunidad de ser su compañero y hermano cuando ambos pertenecimos a la diócesis de La Vega. Recuerdo con particular complacencia su extraordinaria experiencia en Pimentel.
¿Quién me diría que en los pocos años que estuve de Obispo en San Francisco de Macorís tendría el privilegio de ser su Obispo cuando fue párroco de Sánchez? En esa ocasión, a pesar de los compromisos internacionales que a él se le iban multiplicando, pudimos visitar juntos varias comunidades rurales de esa parroquia.
Ambos siempre nos tratamos con gran confianza, primero como acabo de decir, cuando los dos pertenecíamos al Clero de La Vega, luego cuando fui nombrado Obispo de San Francisco de Macorís y finalmente al ser trasladado a Santo Domingo en noviembre de 1981. Tuvimos, además, muchas oportunidades de compartir cuando él fue Superior de los Misioneros del Sagrado Corazón.
Igualmente coincidimos en un retiro para más de cinco mil sacerdotes organizado por la Congregación para el Clero en Roma en 1990 y en un retiro para sacerdotes en México en que participaron unos seiscientos.
Y por supuesto les acompañé a él y al grupo fundador de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo desde el primer momento en que me planteó su deseo de establecer una Casa de oración en Santo Domingo, la que hoy es conocida como Casa de la Anunciación.
Recuerdo, pues, al P. Emiliano con profundo cariño como un hombre de mucha fe que heredó de su familia en Canadá. Era un sacerdote extremadamente sencillo, con quien se podía conversar amigablemente. Me edificó siempre su amor a la oración que practicaba con asiduidad.
Como Misionero del Sagrado Corazón debe decirse que, al igual que los primeros titanes que vinieron del Canadá en la década de 1930, tuvo una clara vocación misionera. Llegó al país en 1956 cuando contaba con 28 años de edad y aquí se encarnó hasta su muerte.
Desempeñó muy diversas funciones en su Congregación y promovió importantes obras en Santiago, Santo Domingo, Nagua y en varios lugares del mundo.
Repito, ese hombre virtuoso, afable, humilde, con fino sentido del humor, jamás cambió a pesar de verse constantemente rodeado de muchedumbres que le buscaban, le querían, le admiraban y le pedían su oración.
Después de la experiencia de su curación de la tuberculosis puede decirse que su vida experimentó una gran transformación. Me atrevo a asegurar que, a partir de ese momento, el P. Emiliano tomó conciencia de que el Señor le confiaba una misión que él desempeñó con admirable celo y fidelidad.
Todos sabemos que viajó incansablemente por los cinco continentes, que varios de sus libros fueron traducidos a múltiples idiomas, y alcanzaron incontables ediciones, como también las grabaciones de sus conferencias y prédicas se multiplicaban sin límite porque la gente así lo reclamaba.
Tanto se prodigó en su afán apostólico que la muerte le sorprendió en Argentina cuando se disponía a predicar un retiro a sacerdotes de esa Nación hermana.
A este propósito quiero señalar, porque en repetidas ocasiones me lo confió, que él sentía un llamado especial a predicar a los sacerdotes y me consta del bien inmenso que hizo a millares de ellos en todo el mundo. Ojalá que nosotros hoy pudiésemos imitar aunque sea muy discretamente ese celo suyo por ayudar a sus hermanos sacerdotes.
No quiero terminar mis palabras sin expresar nuestra gratitud a la familia Tardif por la gentileza de venir a acompañarnos en estos días. A sus hermanas Rosa, Sor Adriana, Armandina y Adrien. A sus sobrinos Diana y Charles.
Igualmente nuestro agradecimiento a los queridos Misioneros del Sagrado Corazón, como también a S.E. Revma. Mons. Ramón Benito De la Rosa y Carpio, Arzobispo de Santiago de los Caballeros por haber accedido al traslado de los restos desde el cementerio de Santiago hasta este lugar de su descanso definitivo.
A la Comunidad Siervos de Cristo Vivo mi gratitud imperecedera por el esfuerzo que han hecho sus miembros para proporcionar este digno lugar a quien fuera su fundador, orientador, amigo y padre.
Como muchas personas con frecuencia me han preguntado sobre mi disposición como Cardenal Arzobispo de Santo Domingo con relación a la posible Causa de Canonización del P. Emiliano, hoy puedo decirles que el primer paso es pedir la autorización a la Congregación para las Causas de los Santos para iniciarla, suponiendo que los Obispos de la República Dominicana están de acuerdo, como también los Superiores de los Misioneros del Sagrado Corazón.
Procederé de inmediato a consultarles sobre este asunto y apenas tenga su respuesta me dirigiré al Eminentísimo Prefecto de la Congregación, Señor Cardenal José Saraiva Martins, C.M.F., solicitando su anuencia para comenzar oficialmente el proceso diocesano.
Pero es muy importante que nadie se adelante a emitir juicios antes de que la Iglesia se pronuncie sobre preguntas, gracias o favores recibidos aquí. Esto lo único que logra es complicar innecesariamente el proceso en la fase que nos toca como Arquidiócesis de Santo Domingo.
Queridísimo P. Emiliano: ¡Bienvenido seas de nuevo a Santo Domingo! Te reiteramos nuestro agradecimiento por todo lo que hiciste en la República Dominicana y en otras partes del mundo. Te recordamos con sincero cariño y, seguros de que estás gozando de la visión de los bienaventurados, queremos pedirte que intercedas ante el Señor por este país al que tanto Serviste y amaste.
Sé que muchas personas vendrán a visitar tu tumba, serán los mismos que se acercaban a tí en vida para pedirte que oraras por ellos, para confiarte sus problemas, para que los aconsejaras. Te ruego que a todos los escuches, los consueles y alivies sus penas.
Pero vendrán también otros que quizás no te conocieron personalmente o no tuvieron oportunidad de llegar hasta tí.
Te pido que intercedas por tus hermanos Misioneros del Sagrado Corazón, por todas sus obras, y por sus vocaciones.
También por las Comunidades Siervos de Cristo Vivo diseminadas por varios Continentes.
Finalmente te suplico que hagas valer tu intercesión por la Iglesia de la República Dominicana a la que serviste con tanto amor, generosidad y entrega. Amén.
Concluyo con una frase bíblica muy conocida que puede aplicarse perfectamente a nuestro querido P. Emiliano: “Amado de Dios y de los hombres, su memoria es una bendición”.

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