domingo, 22 de agosto de 2010

¿Cómo vivir el duelo?

Ana Cecilia Espinoza C.
aespinoza@elecocatolico.org


Cuando sufrimos por la pérdida acelerada o anticipada de un ser querido o, de una persona conocida, surgen pensamientos muy profundos sobre el sentido de la vida, de las relaciones interpersonales y sobre todo del amor.
El evento de la muerte, nos afronta ante el misterio de la vida, un suceso que nos desgarra, remueve nuestras creencias, provocándonos un inmenso dolor y vacío. Se trata del duelo. ¿Cómo acompañar a quienes lo sufren y transitar nosotros mismos por estos procesos de vida?
La palabra “duelo” proviene del latin “dolus”, significa literalmente “dolor”. Es decir, estar en duelo es sentir dolor, en muchas ocasiones intenso, un sufrimiento que se expresa en todas las extensiones constitutivas del ser humano: espiritual, emocional, social, cultural y física.

Soporte espiritual es clave
Según explica el teólogo y psicólogo Edwin José Mora Guevara, la percepción que cada persona tiene sobre el duelo y la resolución adecuada o inadecuada del mismo está mediada por elementos individuales que poseen las personas durante su formación en la familia o la cultura en que están insertos: “Tanto la muerte, como el duelo siguen siendo un tema tabú, porque no hemos sido educados para vivirlos sanamente”.
El teólogo explica que, la manera de afrontar las pérdidas inculcadas en el seno de la familia y la sociedad influirán en la intensidad del duelo. Es decir, frente a la muerte de un ser querido, la unidad y de solidaridad de la familia serán fundamentales para afrontar el duelo: “Si una familia se inserta en una cultura abierta a tocar los temas sobre la muerte y el dolor y no evadirlos, la resolución del duelo será positiva. De ahí la importancia de educar a la sociedad a afrontar estos temas difíciles”.
Mora advierte que, propiciada cualquier situación de muerte: por accidente, enfermedad crónica, terminal, natural o violencia, es necesario brindar un acompañamiento pastoral, un soporte espiritual mediante acciones pastorales conjuntas que susciten: apoyo, sostén, firmeza, auxilio a otras personas que sufre: “Este proceso se convierte en un proceso de manera constructiva y afirmativa para la persona y sus familias, amigos, con el respeto de sus pensamientos y sentimientos, especialmente en relación con la espiritualidad”.
En esta etapa señala Mora, es preciso que los agentes de acompañamiento pastoral al lado de las familias puedan identificar las diferentes etapas del duelo, para que puedan acompañar con imágenes afirmativas y constructivas sobre Dios, siempre partiendo de la espiritualidad de la persona, porque el no saber que “decir”, en una etapa de confrontación, por ejemplo, podría producir ira y alejamiento por lo que no es del todo recomendable. Poco a poco la persona irá asumiendo la realidad”.

Esperanza en el duelo
Los expertos en el tema consideran que los procesos de duelo nos acompañan durante toda nuestra vida, desde el nacimiento (primer ruptura) hasta la muerte (última ruptura). Cuando se da una ruptura con relación a allegados y seres queridos, se considera la más aguda y la causante de traumas: “Cada persona vive la intensidad del duelo de diferente manera, cuanto más intensa sea nuestra relación afectiva con alguien o con algo que perdimos mayor será el dolor experimentado ante la situación”, señala Mora.
Cuando la familia enfrenta la noticia de que uno de sus miembros padece una enfermedad terminal, o bien porque ha fallecido a consecuencia de un accidente, un acto criminal…, se comienza a vivir el duelo, desde la comunicación misma de la noticia. Se trata de una experiencia dolorosa a la cual nos vemos enfrentados todos en algún momento de nuestras vidas.
La fe no consiste en ignorar la muerte ni en cerrar los ojos, sino en ir más allá, sin cesar, a pesar de darse cuenta plenamente y a pesar de estarla experimentado: “Lo que afrontó Jesús, nosotros lo afrontamos, a partir de su victoria y, por tanto desde la esperanza”, dijo Mora.

Acompañamiento
En el escenario del acompañamiento a quien vive el duelo, con frecuencia nos encontramos con personas que en aras de dar consuelo, tanto a los enfermos como a las familias, más bien exhortan expresiones de resignación o frases hechas, quizás con el fin de apaciguar la angustia producida por el silencio y salir al paso del no saber qué decir: “Trata de olvidar; mejor así; ahora será más feliz en el cielo; Dios lo ha querido; sólo los buenos se mueren….”.
Según Elizabeth Víquez, del área de atención espiritual de la Fundación de Cuidados Paliativos en Alajuela, la experiencia del acompañamiento refuerza el convencimiento de que el tema del duelo debe ser atendido responsablemente, tanto por los profesionales: sacerdotes, psicólogos, trabajadores sociales y médicos, así como por las personas que sienten que pueden brindar un apoyo espiritual: “El dolor producido por las pérdidas, de cualquier forma, es muy hiriente, pues nadie puede devolver a la persona amada, sin embargo cuando se comparte el dolor se hace es más llevadero”.
Víquez explicó que a los pacientes, sin importar el credo religioso, se les brinda un acompañamiento espiritual. Además, a sus familiares se les ofrece este servicio aún después de fallecida la persona. “Tratamos de persuadir a los pacientes católicos para que reciban la Unción de los Enfermos, también coordinamos con los párrocos para que los atiendan en sus hogares y reciban la Comunión. Cuando se trata de hermanos de diferentes denominaciones, preguntamos si el Pastor los visita o si se congregan. Tratamos de atenderles en todo momento siempre y cuando el tiempo lo permita. Nuestra misión está en conversar con ellos, les dejamos expresar su sentimientos y luego oramos juntos, les leemos La Palabra de Dios u oraciones de libros atenientes a la misma situación para poder prepararlos a esa partida”.
Quienes acompañan durante los procesos de duelo, señala Víquez, deben saber que pueden estar animados por la espiritualidad, porque desde la fe, la pregunta por el sentido del sufrimiento por parte de los enfermos y sus familiares no obtiene respuestas racionales: “Es ahí donde la persona cuenta con alguien a quién dirigir la pregunta. El ¿por qué a mí?, ¿por qué Dios lo permite?, ¿hasta cuándo? son preguntas que, dirigidas a Dios, tienen talante de oración auténtica: en sintonía con la experiencia personal”.
Al respecto, Jean Mounbourquette y Dense Lussier en su libro “El tiempo precioso del final”, apuntan a que si bien es cierto que la elaboración sana del duelo depende de muchos factores, gran cantidad de personas ven en este proceso a Dios como una fuerza amenazadora, que hay que controlar: “Para ellos, es el momento de negociar con Él para recibir una cura o una prórroga a su cercano fin”.
Así también, señalan los autores, otras personas impactadas por el silencio de Dios experimentan preguntas como ¿dónde está Dios?, ¿dónde se esconde? ¿por qué se muestra tan distante e inabordable en el momento en que más lo necesitan?

Preparando el duelo
La fe permite asimilar de mejor manera las reacciones humanas ante la muerte y el duelo. Tenemos el ejemplo del mismo Jesús, al enterarse de la muerte de su amigo Lázaro, no se ahorró la expresión de su tristeza llorando (Jn 11, 35). La fe, como la oración, pueden ser purificadas al tocar el final de la vida de un ser querido.
Por eso la Iglesia ofrece signos de amor y de compasión de Cristo respecto de los enfermos. Según Mounbourquette y Lussier: “en primer lugar está la visita y la comunión de los enfermos, amor de Jesús presente en su cuerpo, en y por la comunidad. Luego, el sacramento de la reconciliación, el perdón incondicional de Jesús, la unción de los enfermos, presencia de Jesús, fuerza en la prueba y sostén en la enfermedad, y los “sacramentos de los moribundos” son el “viaticum”, la última comunión, que da la fuerza de Cristo resucitado y la oración de recomendación de los moribundos en el momento mismo de la muerte”.
Por su parte, Alfons Gea autor del libro “Acompañamiento en la pérdida” señala que: “Ritualizar los momentos más significativos de la vida humana es una necesidad social y la muerte en sí misma supone la desaparición de una etapa vital y el nacimiento de otra”. Para él, acompañar pastoralmente a las personas escuchándolas, posibilita la expresión de sus sentimientos, animándolas a encontrar de nuevo sentido y horizonte, siendo signos de esperanza, fortaleciendo la fe en el Dios de gracia y amor incondicional. Todo ello con el fin de posibilitar niveles de calidad en la vida o dignidad ante la muerte

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